En mayo de 2007, un científico americano apellidado Chu afirmaba que «si yo fuera emperador, apostaría totalmente por la eficiencia energética y el ahorro». No ha sido nombrado emperador, pero este mes Steven Chu asumirá el cargo de Secretario de Energía de la Administración Obama, el puesto más cercano al de emperador en el ámbito energético. Chu fue premio nobel de física y hasta hace unos días dirigía los Laboratorios Berkeley, con grupos de investigación de primer nivel trabajando en el ahorro energético, las nuevas fuentes de energía y la optimización de los mercados eléctricos. La prioridad estratégica en la agenda al otro lado del Atlántico es clara: la ciencia y la tecnología es el camino para resolver el grave problema al que se enfrentará el mundo los próximos años, la energía.
Aquí en Europa seguimos sin una política común de la energía. Cada Estado europeo ha desarrollado su propia política de aprovisionamiento, lo que nos resta fortaleza en términos de mercado global y debilita un vector clave para articular una política exterior común. No queremos mirar de frente a nuestro desafío: la energía como un tema fundamental en las relaciones internacionales en el mundo en el que vivimos. Y seguimos desarrollando una política de aprovisionamiento fragmentada que obliga a cada Estado europeo a tejer una red propia de intereses estratégicos internacionales, lo que dificulta la consolidación de una política exterior y de seguridad europea. Así, Europa aparece débil ante otros polos de poder emergentes como China y Rusia.
La ausencia de una política común europea en el ámbito de la energía dificulta una sólida colaboración transatlántica en esta materia, debilitando la posición del mundo occidental y modificando el equilibrio de fuerzas mundial hacia otras áreas geográficas. Cuando el presidente Kennedy entregó en 1963 en Nueva York la Medalla de la Libertad a Jean Monnet, el líder europeo subrayó la importancia de una Europa unida asociada en pie de igualdad con los Estados Unidos. En aquel espíritu de los padres fundadores de Europa, una política energética común nos debe servir para valorizar la nueva era que se va a abrir en las relaciones atlánticas, con la energía como eje estratégico de esta alianza. Porque como decía Monnet, la unidad de Europa y su asociación con los EEUU cambiarán no sólo sus relaciones, sino también, y de manera fundamental, las relaciones con Rusia y China.
La falta de interconexiones físicas es otra de las fallas de la política energética europea. España sufre especialmente esta situación por su carácter de «isla», afectando incluso al mix de generación eléctrica. Valga el caso de la energía eólica a modo de ejemplo. Dinamarca ha podido alcanzar porcentajes del 20% en el desarrollo de esta energía a través de su sistema interconectado con Suecia, Noruega y Alemania, lo que le permite hacer uso de la electricidad de esos países cuando los aerogeneradores están parados. La generación española ha cerrado el año 2008 con una aportación media eólica del 11%, cifra importante pero limitada en la medida en la que cada nuevo megavatio renovable obliga a contar con una potencia ociosa de una central de gas en la reserva para cuando el viento no sopla. Sólo la interconexión al sistema continental permitirá una real optimización de la generación eléctrica del mercado ibérico.
Además, la ausencia de un mercado único energético da lugar a llamativas paradojas. En los últimos años, algunos países como el Reino Unido han optado por las privatizaciones y liberalizaciones unilaterales. En el caso español los avances han sido también notables en este camino. Sin embargo, otros países han mantenido mercados más cerrados y una fuerte presencia pública en el accionariado y control de los grupos energéticos. Esta situación ha supuesto un cierto «desarme unilateral» corporativo, en el que algunos países abren potencialmente sus empresas energéticas a la participación e incluso al control por parte de empresas de otros estados europeos, cuando al mismo tiempo sus corporaciones mantienen un control público que las blindan del mercado. Recientes movimientos corporativos sobre empresas españolas han vuelto a resucitar este debate.
El debate político sobre la participación de capital extranjero en los grupos energéticos españoles ha servido para que el conjunto del arco parlamentario comparta un análisis: la consideración de la energía como un sector estratégico para el país dada su importancia para garantizar el suministro, su efecto tractor en el tejido industrial y productivo, y la fortaleza que da en las relaciones internacionales, cara a Iberoamérica y a los Estados Unidos fundamentalmente. Iberoamérica por lo que puede aportar el sector energético a su desarrollo industrial, por sus reservas y por la potencialidad estratégica de la asociación con esta región. Estados Unidos, porque en ese reto energético puede encontrar en nosotros unos socios tecnológicamente avanzados y corporativa y políticamente interesantes.
Si ese suelo común establecido en los discursos se eleva a una auténtica política de Estado, estaremos ante una oportunidad. Una política compartida requiere que ese consenso se extienda a las estrategias para fortalecer este sector, del cual dependen miles de proveedores en nuestro país, centenares de miles de empleos y un potencial tecnológico destacado. Estrategias que deben incentivar la consolidación de grupos energéticos que mantengan sus centros de decisión y su gobierno corporativo en nuestro país, que estabilicen su núcleo accionarial con socios nacionales, y que busquen las alianzas accionariales, tecnológicas o de mercado externas que les permitan ser actores globales competitivos. El entorno político puede y debe contribuir a este escenario, sin que eso signifique alteración de las reglas del mercado.
El veinte de enero se inicia una gran apuesta al otro lado del Atlántico. Obama, apoyado por Chu, va a movilizar a todo el sistema universitario, científico y tecnológico norteamericano para desarrollar un nuevo escenario energético. La movilización será similar a la que John F. Kennedy lanzó para llevar al ser humano a la luna. Kennedy inspiró con su sueño a su país y al mundo libre. Se requerirá la misma determinación que tuvo Kennedy cuando planteó alcanzar la aventura del espacio en menos de una década. Aquel gran reto puso altas metas a la especie humana e impulsó el desarrollo de la ciencia y la tecnología con aplicaciones en otros muchos sectores.
La estabilidad mundial, el desarrollo de los países emergentes y el liderazgo y el bienestar del mundo occidental van a requerir de un esfuerzo similar en torno a la energía, con un reto y unos medios comparables en magnitud a la epopeya del espacio. Desde esta otra orilla del Atlántico, debemos aprovechar la oportunidad, potenciando las políticas tecnológicas en torno a este objetivo y preparando nuestras corporaciones energéticas para que puedan ser actores con una masa crítica suficiente. Esa dimensión tractora necesaria es la que puede permitir que nuestro tejido industrial pueda contribuir y pueda a su vez beneficiarse de esta apuesta.
La colaboración en el campo de la energía y en sus procesos productivos debe ser un instrumento importante de nuestra política internacional. Debe servir para estrechar nuestra relación económica y política con Iberoamérica en el período clave de la celebración del bicentenario, y para fortalecer nuestra relación con los Estados Unidos. Los Estados que van a liderar este desafío energético, como Tejas, California o Nuevo Méjico, tienen una fuerte influencia política y económica hispana, lo que nos coloca en una posición privilegiada si hacemos nuestros deberes. Chu no imaginaba en mayo de 2007 que sería designado «emperador». Nosotros tampoco podemos imaginar las posibilidades que se nos abren.
Josu Jon ImazPresidente Ejecutivo de Petronor, S.A.