Un amigo sociólogo suele hablar de la navegación oriental y la navegación occidental en política. La navegación oriental, que es la que según su criterio ahora impera, sería la de cabotaje, la que hicieron los chinos. Se va descubriendo la costa según se navega a poca distancia de la sociedad, para no alejarse. La occidental sería la de Colón, la de aquel que tiene un objetivo, una visión y se dirige hacia las Indias hasta encontrarlas, aunque se tropiece con América en el camino. Creo que es la navegación occidental la que ha dado como fruto el descubrimiento del mundo y la que ha hecho avanzar a la sociedad. Quizá la navegación occidental, frente al cortoplacismo del cabotaje, es también la que ha dado lugar a liderazgos en el mundo que a veces se añoran. Es lo que Chris Lowney, en su libro “El liderazgo al estilo de los jesuitas”, definió como heroí
Posiblemente los liderazgos hoy sean más difíciles por la inmediatez con la que muchos quieren vivir la democracia. Lo refleja muy bien el pensador Daniel Innerarity en su ensayo “El nuevo espacio público” cuando habla de «la inmediatez del populismo». El problema de nuestros tiempos no sería el alejamiento de los representantes políticos, sino la excesiva cercanía, la inmediatez de la información y del sondeo, que a veces convierte a los representantes en meros transmisores en tiempo real de los representados. Internet, la interacción a través de los medios de comunicación y las redes sociales favorecen este fenómeno. En una sociedad de ese tipo se gobernaría a golpe de encuesta, y no habría lugar para líderes con visión, que hacen apuestas de riesgo, que son las que hacen avanzar a un país. En definitiva, volviendo al sociólogo, primaría la política oriental, de cabotaje, de corta distancia.
Obama ha sido derrotado a mitad de mandato. Obama es un líder que ha tenido la capacidad de soñar, de definir una visión y de ser capaz de proyectar un horizonte. De practicar el liderazgo que asume riesgos. Su pérdida de votos y de popularidad reflejada esta semana tiene que ver con ese alejamiento de sus políticas de lo que la inmediatez de la sociedad demandaba, en una actitud que algunos analistas han definido como arrogancia. También Innerarity en el mismo ensayo habla de la fragmentación del espacio público. En las sociedades modernas y complejas está desapareciendo el “nosotros” como un sujeto de la acción colectiva que busque el bien del conjunto del espacio público o del mundo común. La sociedad se articula en base a intereses particulares o grupales, legítimos y loables en muchos casos, y la política trata de acomodar intereses particulares. Así, el gran avance social de dar cobertura médica a treinta millones de personas es valorado negativamente por muchos de los que no son beneficiarios del mismo.
Pero el presidente Obama también ha dejado en el tintero parte de la visión que llevó al candidato Obama al poder. Aquel Obama que, desde su papel como telonero en la Convención Demócrata de Boston de 2004, nos hablaba de articular el sueño de un país que se construyese superando las fracturas de demócratas y republicanos, de conservadores y liberales, de halcones y pacifistas. Pero el sueño de una visión de nación que merece la pena ser compartida ha caído, quizá involuntariamente, en el enfrentamiento político que denunciaba en sus años de candidato. La sociedad no premia al que llega al poder con el mensaje de la transversalidad y el sueño compartido para luego deslizarse en las políticas partidistas clásicas.
Pero la partida no ha acabado. Bill Clinton fue arrasado en la mitad de su primer mandato por la marea conservadora liderada por Newt Gingrich en 1994, perdiendo el control de las dos Cámaras legislativas. Dos años más tarde era reelegido con facilidad, y hoy nadie recuerda a Gingrich, el gran triunfador sobre el aparente cadáver político de Clinton. El elector americano trata de equilibrar el sistema político poniendo contrapoderes a sus instituciones. Quizá la necesidad de tener que pactar cualquier proyecto legislativo con la mayoría republicana en la Cámara de Representantes haga asomar al mejor Barack Obama como gran líder capaz de articular una mayoría nacional amplia con una visión compartida de país. Ojalá una política energética clara y estable que incentive la innovación para tener fuentes seguras, competitivas y sostenibles, sea además uno de los frutos de ese acuerdo. En el peor supuesto para Obama, un bloqueo republicano a esa necesidad de acuerdos puede volverse en contra de ellos mismos. La marea conservadora del 94 murió cuando la sociedad percibió que su negativa a pactar bloqueaba la acción legislativa de la presidencia de Bill Clinton, y le hizo responsable de ese bloqueo.
Unas líneas para el Tea Party. Quizá este movimiento refleje mejor que nadie «la inmediatez del populismo» de la que habla Innerarity. En cualquier caso, el que debe estar preocupado por el Tea Party no es Obama, sino los republicanos. Un movimiento popular que actúe como guardián de las presuntas esencias del Partido Republicano y que haga que sus candidatos se alejen del centro de gravedad social sólo favorece a Obama y al Partido Demócrata. Mitterrand favoreció la representación electoral del Front National para mandar una década al centroderecha democrático a la oposición. Los puros de la política perjudican fundamentalmente las opciones del proyecto que presuntamente defienden, y el Tea Party puede ser un aliado involuntario de la recuperación demócrata. El partido no ha terminado. Barack Obama puede y debe emerger como aquel que lidera la salida de la crisis y pone el foco en la creación de empleo. Además, puede apostar por los grandes acuerdos para abordar los proyectos del final de su primer mandato. Si lo hace, puede haber un segundo.
Josu Jon Imaz
Presidente de Petronor