La pandemia ha tomado cuerpo en ámbitos globales. Las anteriores estaban concentradas, principalmente, en ámbitos regionales. Sus consecuencias son de todo orden y ha empezado por aflorar la tensión por la captación de suministros que podemos catalogar como la batalla por los medicamentos, por los materiales sanitarios y, sobre todo, un riesgo sistémico para la Unión Europea. Su déficit para garantizar plenamente la seguridad sanitaria y la salud de la ciudadanía europea. Si a eso unimos los riesgos sistémicos para la seguridad europea de una pandemia que galope por la demografía africana, sumados a la guerra climática en el que se lleva tiempo en muchas regiones que nos circundan, el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa, allá por 1954, nos pesará como una losa. Tanto más si volvemos a repetir la preeminencia del desaforado nacionalismo frente a la necesaria gobernanza europea.
La perspectiva de la seguridad y el bienestar de y en la Unión Europea ha encendido la luz amarilla y queda un tiempo que no podemos desperdiciar si no queremos que pase al rojo. El tratamiento de los efectos del COVID-19 y el método de su sanación para la Unión Europea no son equivalentes a los utilizados en otras crisis como la del 2008. Son de otra dimensión estratégica. Lo que tenemos delante de nosotros es un problema de proporciones históricas y, además, estructural. En estas circunstancias, residenciar el problema como si fuera la retransmisión de un partido de fútbol, o visualizar el problema como una cuestión de laboriosos o perezosos, o cualquier forma de expiar las responsabilidades de cada uno con la culpa del otro, no es más que hacer un flaco favor a la emergencia de una situación que nos puede llevar, si no hay estrategia y rigor, por el precipicio de la historia para muchas generaciones futuras. Solo por dignidad y respeto a la generación que ha hecho posible nuestra sociedad de bienestar estamos obligados a trabajar con rigor y exigirnos lo mejor de nosotros para las generaciones venideras.
El mundo en el que hemos entrado es muy diferente al que hemos conocido. El cisne negro ha venido y nos obliga definitivamente a reactualizar y transformar las estructuras que disponemos. No hacen falta saltos en el vacío, tan solo decisión firme para poner el foco y gestionar con eficiencia. El principio de subsidiariedad no es un principio fatuo, es un principio que nos obliga a planificar y gestionar con rigor desde la Administración Comunitaria hasta la Local. No es un principio asentado en la burocracia administrativa, es un principio que exige buena gobernanza. Y esto compete a todos los que somos parte de la casa común europea. La fuerza de la Unión es lo que ha hecho posible el bienestar de los europeos. Y la fuerza de la gestión eficiente es lo que nos hace más europeos.
La Unión Europea es fruto de una necesidad de asegurar nuestro futuro en un recorrido histórico desde 1951 hasta la Europa de los 27, tras la desgraciada salida de Gran Bretaña. Ahora es más necesaria que nunca la Unión, si no queremos quedarnos como el extremo occidental fragmentado de Eurasia.
El COVID-19 está aflorando el problema de la deslocalización industrial de Europa, la pérdida de su capacidad productiva en sectores esenciales, y visualiza más que nunca la necesidad urgente de un renacimiento tecno industrial europeo. En contraposición, comprobamos el peso de China en la economía productiva mundial y su implacable estrategia de liderazgo tecnológico e industrial en términos geopolíticos. Sin olvidarnos el peso de otros países como India en sectores farmacéuticos significativos. Y así podríamos continuar para manifestar que la economía mundial europea consolidada desde 1600 está en una fase más que terminal de su ciclo histórico.
Esta perspectiva nos debe preocupar, pero no nos debe paralizar. Al contrario, nos debe ocupar activamente, nos debe hacer contemplar el mundo en toda su complejidad y, sobre, todo adecuar nuestras estructuras, nuestros objetivos y nuestras políticas al nuevo mundo del presente siglo. Para ello nada mejor que recuperar la visión de los padres fundadores de la Unión, que intuían –en el caso de Monnet expresado de manera transparente y fácil de leer al final de sus Memorias– que Europa y sus valores corrían el grave riesgo de ser nada en el mundo futuro si no evolucionaba la gobernanza europea conforme a los desafíos de la nueva sociedad internacional.
Esta pandemia no solo tendrá efectos económicos de primer orden. Destapa una cuestión de fondo, que no es otro que el riesgo que afrontan los valores europeos que han hecho posible la Unión, expresadas en su carta de derechos fundamentales, confrontadas a una colonización de valores contradictorios con la democracia europea.
En este contexto la fortaleza europea es más necesaria que nunca para tener solidez en una economía mundial, donde la batalla geopolítica por el liderazgo en la sociedad internacional, en toda su expresión, será cruenta en términos de bienestar, cohesión y derechos fundamentales.
Por eso necesitamos recuperar el protagonismo de la política tecno industrial como prioridad estratégica de primer orden. Para ello hay diferentes medidas a adoptar, para equilibrar la política industrial con la política de la competencia. No podemos disponer de una reglamentación que deteriora nuestra posición industrial frente a China y USA. No hace falta para ello grandes cambios. Solo uno, modificar el artículo 173 del Tratado para dotar de más medios a la Comisión y promover una auténtica política industrial europea. Y que la política de la competencia no disponga de un estatus superior en la jerarquía del Tratado.
El post COVID nos coloca ante la necesidad de revertir una situación que nos ha mostrado la pandemia. Recuperar la soberanía industrial europea. Nos obligará a una profunda apuesta por la economía productiva, priorizando la política tecnológica e industrial. El renacimiento tecno industrial que allá por el 2014 se señaló en una cumbre franco-alemana, como idea fuerza para impulsar la transición energética e instrumento para dotar de fortaleza a la UE en la geopolítica mundial, es más necesario que nunca. No hay soberanía nacional sin soberanía europea y no hay soberanía europea sin músculo tecno industrial.
El COVID-19 está mostrando las termitas que se han infiltrado en las vigas maestras construidas estos años en la Unión Europea, en la casa común de los europeos. Es necesario sanear el edifico construido sobre la idea clara de sus arquitectos fundadores para protegernos todos de un mundo incierto. Proceder al saneamiento del edificio, ahora más que nunca, es una tarea esencial en el post COVID-19. La responsabilidad de las Instituciones que la conforman es grande y en el acervo comunitario está la savia que alimenta el salto cualitativo que necesita el proyecto europeo. Este proyecto ha sido a lo largo de su historia, la casa común que, con sus reglas, ha dado esperanza a los europeos. No convirtamos la esperanza en frustración.
El COVID 19 está señalando, ahora más que nunca, que el mundo se ha convertido en una aldea global en toda su expresión. Sin embargo, también ha aflorado que la geopolítica no se perdió en el limbo de la historia. Al contrario, está presente ahora más que nunca.
Los europeos –que hemos sido los padres de la geopolítica, del realismo en la comprensión de las relaciones en la sociedad internacional y, en consecuencia, del interés nacional– debemos ser conscientes de la importancia del interés europeo y por ende de la soberanía europea en el mapa geopolítico que se avecina. Futuro incierto, si no reconstruimos la Unión para apuntalar la soberanía europea. Y ésta pasa, entre otras acciones, por una gobernanza diferente, orientada a dirigir seriamente la política tecno industrial europea y a disponer sólidamente de una fortaleza en materia de seguridad y defensa.
El COVID-19 está denunciando nuestras debilidades y nuestros desafíos. En el horizonte, cuando veamos los destrozos de la batalla contra esta pandemia, debemos de tener la visión de unos Estados Generales de la Unión para regenerar el edificio institucional de cada comunidad y alinearla con las necesidades de una soberanía europea sólida. El mantenimiento de una sociedad de bienestar razonable, las especiales circunstancias geopolíticas de nuestra vecindad, los riesgos para nuestra estabilidad y la dureza de la confrontación geopolítica que se avecina son desafíos que nos obligan a ello. De lo contrario, objetivos como el Green Deal, y tantos otros marcados por la agenda europea para dotar al espacio europeo de cohesión social y sostenibilidad económica, quedarán marcados por la ineficiencia. Y, algo peor, por el desánimo y el cuestionamiento de si sirve la casa común.
La soberanía tecno industrial y productiva en sectores claves para la seguridad europea como son las sanitarias en toda su expresión, las necesidades tecnológicas desde la inteligencia artificial hasta la computación cuántica pasando por un modelo energético europeo que exige una Unión Energética, son solo una muestra de los importantes desafíos a los que nos enfrentamos. La Unión no es un capricho administrativo de burócratas, es el pasaporte para seguir estando con liderazgo en la defensa de los valores europeos en la nueva sociedad internacional.
De manera más perentoria tenemos la urgente necesidad de repensar el modelo productivo que nos ha conducido a una deslocalización peligrosa de la cadena de valor tecno industrial. No es un tema menor, tenemos que tener presente las consecuencias del COVID en sociedades demográficamente densas, en vías de desarrollo, con umbrales de pobreza urbana extremas, con un sistema productivo que alimenta partes significativas de productos esenciales para el mercado occidental. Debemos comprobar cómo impactan geopolíticamente y abren un escenario de riesgo para Europa.
En este contexto hay una cuestión que emerge para los europeos. Los riegos de la deslocalización de actividades productivas fuera de Europa. Esto nos lleva a repensar las razones que condujeron a una deslocalización de actividades y su evaluación. En consecuencia, nos surge una pregunta: ¿estamos seguros los europeos con un ecosistema tecno industrial dependiente? Responder a este interrogante es importante porque tras el COVID-19 van a cambiar muchas cosas, acelerando, por ejemplo, lo que ya se venía venir. Es decir, la regionalización versus recuperación de las cadenas de valor tecno industrial. En la estrategia industrial europea es pertinente poner el acento en la reformulación y europeización de sus bases industriales y productivas. En este contexto se hace imprescindible repensar tanto el sistema tecnológico e industrial como la cadena de valor global. Para ello la Unión Europea es el espacio óptimo, y no la fragmentación, porque ésta conlleva dislocar el mercado europeo en su integridad y crear vías de entrada a competidores directos de Europa en términos de civilización y liderazgo tecnológico.
El COVID y sus consecuencias han trastocado la agenda plana de la Unión. Han situado en primera línea todas aquellas cuestiones que afloraron en la crisis del 2008 pero de manera más aguda. Y su gobernanza es una cuestión esencial para responder a una crisis sistémica en la economía europea y mundial.
Poner en común los activos financieros y corresponsabilizarse de su gestión eficiente es una medida esencial y da más valor a las políticas de dirección estratégica y control de gestión necesaria. La gobernanza es una necesidad, y valga como ejemplo la gestión de los fondos estructurales y de cohesión. Esta excelente idea fuerza, lanzada por Delors en 1992, venía a dar respuesta a la necesidad de dotar de recursos necesarios para lograr la cohesión y la estabilidad del espacio europeo tras la caída del muro y la perspectiva de una nueva Europa abierta al Este.
La experiencia del impacto de sus fondos y de su gestión nos informa que hay bases para construir una gobernanza de reconstrucción industrial y económica de Europa, siempre que esté garantizada una gobernanza europea moderna, no asentada en la burocracia ni en un protagonismo intergubernamental que genera ineficiencias contrastadas y contrastables. Aprendamos de la experiencia y pongamos el acento en las capacidades de liderazgo de un modelo europeo que demanda plasmar inteligentemente la subsidiariedad, y que las políticas tecnológicas, industriales y financieras sean canalizadas a sectores estratégicos de futuro y no a alimentar el viejo mundo. La gobernanza fiscal exige ineludiblemente un mayor rigor de las cuentas públicas de los estados miembros, un control más sólido del Parlamento europeo y una colaboración más intensa, a través de los mecanismos pertinentes, con los parlamentos nacionales.
Hay capacidades técnicas e inteligencia jurídica. Recuperemos el espíritu de nuestros padres fundadores. Y, en el caso de España, dejemos de ser los más listos del barrio y construyamos un Pacto de Estado que dé solidez a nuestras posiciones en esta gran aventura: la Unión Europea.
Emiliano López Atxurra