En primer lugar quiero agradecer a Deusto Business School por invitarme a la clausura de este interesante programa de post-grado. El pasado otoño me reuní con Juan José Arrieta y tuve oportunidad de conocer directamente esta actividad. Para mí, es una satisfacción y un honor el estar hoy aquí con ustedes.
Tiene más morbo hablar ahora del sector financiero que de la energía. Hoy en día parece que las crisis sólo las generan el sector financiero y el inmobiliario. Sin embargo, la energía ha tenido, tiene y posiblemente tendrá una gran influencia sobre la actividad económica y la competitividad. Tengo cuarenta y cinco años y he vivido tres fuertes crisis económicas que recuerde. La primera de ellas, aunque a nosotros nos llegó con retraso, tuvo como detonante la llamada crisis del petróleo. Los más jóvenes no recordarán el otoño de 1973. Yo lo asocio a imágenes en los telediarios de gente en bicicleta porque no había combustibles en las gasolineras. La guerra del Yom Kippur, con el ataque de varios países árabes a Israel y el embargo de la OPEP hacia Occidente, provocó un fuerte incremento de los precios y la reducción de suministro aceleró una crisis económica que estaba ya latente y llevó al mundo occidental a una etapa de recesión.
En esta gráfica pueden ver como aquel embargo casi triplicó los precios energéticos, asestando un golpe atroz a la economía occidental y a su competitividad. Pero aquella crisis a nosotros se nos solapó con la revolución iraní y la guerra Irán-Irak, que provocaron la segunda gran crisis del petróleo, llevando los precios al equivalente a 93 dólares actuales. Nuestro tejido industrial, altamente consumidor de energía, unió este factor a otros serios problemas de competitividad que ya arrastraba.
En agosto de 1990, el ejército iraquí invadió Kuwait. Uno de los diez mayores productores mundiales de petróleo acababa de desaparecer como país, y el principal productor del mundo, Arabia Saudí, contaba en ese momento con un ejército a las puertas de sus fronteras con un riesgo inmediato de invasión. Si la misma se produjese, Sadam Hussein contaría con una capacidad de producción de 26 millones de barriles diarios en sus manos.
El barril de petróleo pasó del entorno de los 18 $ a un máximo de precio de 40,42 $ durante la crisis, como se ve en esta otra gráfica en dólares nominales. La situación se restableció por parte de la coalición internacional de treinta y un países, pero el daño sobre la economía occidental, provocado por el alto precio del crudo, contribuyó decisivamente a la penúltima grave crisis económica que hemos sufrido, la de los años 91-93.
En conjunto, por encima de las oscilaciones por crisis geopolíticas, la tendencia de los precios energéticos en los últimos años ha sido creciente debido a una nueva dinámica de la demanda por la incorporación de nuevas economías de países emergentes, unida a factores de oferta que a continuación analizaré. Ese incremento estructural de los precios se observa en una gráfica histórica en la que, por encima de los factores coyunturales que han marcado el atípico 2008, se ve con claridad un aumento tendencial.
El petróleo alcanzó su máximo en julio de 2008. Posiblemente los precios energéticos no golpearon a nuestra industria de la misma manera en que lo hicieron en los 80 y 90. Una de las razones reside en que la industria era un gran consumidor de energía en el año 1971, antes de que empezasen las crisis energéticas. Casi uno de cada cinco barriles de petróleo en el mundo los usaba la industria. Hoy, como se ve en la gráfica, sólo uno de cada veinte barriles es usado en la actividad industrial.
Aquí en Euskadi, la industria ha disminuido también de forma importante su dependencia energética. Solamente en la última década la intensidad energética de la industria vasca ha disminuido en un 20%, es decir, la industria vasca es capaz de generar una unidad de PIB consumiendo una quinta parte menos de energía que hace diez años. Quizá por ello, el golpe de la brutal subida de los precios energéticos en los años 2007 y 2008 sobre nuestra industria ha quedado parcialmente amortiguado por dos efectos: un menor consumo de energía porque tenemos una industria que es más eficiente y más sostenible de lo que era hace veinte años, y un elevado precio del euro respecto al dólar, que ha amortiguado la subida en dólares del crudo.
Pero el alto precio de la energía tuvo una importante incidencia en la inflación creciente que vivimos hasta el comienzo del pasado otoño, lo cual impidió al Banco Central Europeo tomar a tiempo las medidas necesarias de descenso de tipos, contribuyendo al retraso de las políticas monetarias necesarias para abordar la fuerte recesión en la que nos encontramos.
Hubo factores coyunturales en este incremento del petróleo. El primero de ellos la modificación del tipo de cambio euro/dólar. Como se aprecia en este gráfico, el debilitamiento del dólar llevó a que el petróleo y las materias primas en general se convirtieran en valor refugio hasta el inicio del fortalecimiento del dólar a partir de julio. A su vez, la crisis subprime que se inició el pasado año puso en tela de juicio los activos de los bancos, generó desconfianza en el sistema financiero y aumentó el riesgo del crédito. Ello se tradujo en inversiones alternativas sin riesgo de crédito como es el caso de los commodities.
Pero hubo un segundo factor coyuntural, el especulativo, a través del aumento de la contratación en los mercados de futuros como se refleja en esta gráfica. A mayor volumen de contratos abiertos, se aprecia un incremento en el precio del barril. Parece lógico a la vista de ello afirmar que, a medida que se incrementa el flujo de capital hacia el mercado de petróleo, aumenta en un plus el precio del crudo que se derivaría de la interacción entre la oferta y la demanda de crudo físico. Es en cualquier caso difícil cuantificar qué parte del incremento del precio es consecuencia de estos factores financieros. Pero este factor ha existido.
Sin embargo, la brutal caída de la demanda derivada de la desaceleración y posterior recesión, modificó las posiciones largas en futuros y opciones sobre el petróleo, y cambió coyunturalmente el tensionamiento entre oferta y demanda que se estaba produciendo estos últimos años. Ello ha llevado en cinco meses a la mayor caída conocida en el sector, al pasar el crudo de 147 a los 60 dólares que cotizaba hoy, pasando por los 36 de final de año.
Pero posiblemente a ustedes les interese saber qué va a pasar a partir de mañana, más que la explicación de lo que ha pasado hasta el día de hoy. Esta tarea es bastante complicada, y si ustedes son economistas me lo entenderán perfectamente. Si un economista explica el pasado mejor que el futuro, se imaginarán que para un químico esta segunda tarea es bastante más dificultosa. Para relativizar mis posibles errores, dos dosis de realismo. La primera de ellas, las previsiones de prestigiosos organismos respecto a cómo estaríamos hoy, en el año 2009, en nuestro crecimiento económico. Hace sólo catorce meses, cinco meses antes de que la economía empezase a caer por el precipicio, los más cualificados analistas nos pronosticaban crecimientos entre el 1,4% y el 2,1% para este año.
Podría encontrar más certezas comentando las previsiones de precios energéticos, pero la verdad es que no. Si miran ustedes los análisis que se hacían hace veinticuatro meses sobre la evolución de los precios del petróleo por parte de las principales macroconsultoras y bancos de negocios, y lo comparan con lo que ha pasado, verán que cualquier parecido es pura coincidencia. No llegaron siquiera a lo cien euros el barril en 2008, cuando alcanzó 147$, y al final del último trimestre de 2008 daban un precio esperado que casi triplicaba el real. Si hubiesen invertido ustedes con esas previsiones, hoy estarían todos arruinados.
Por tanto, mi sentido de la prudencia, viendo lo que les pasa a los expertos, me hace no aventurarme en la previsión de lo que va a suceder en el corto plazo. Las previsiones a corto estarán fuertemente influenciadas por las expectativas de la recuperación económica, y no entraré en posibles calendarios para la misma. Asimismo, los factores especulativos sobre los mercados de futuros podrán ser un factor que se sume a una subida una vez descontada la recuperación, aunque al día de hoy los reguladores estadounidenses están tratando de frenar los movimientos especulativos sobre las materias primas. Pero no son los movimientos en el corto plazo, sino las tendencias en el medio-largo plazo las que quiero analizar hoy. Y aquí me voy a mojar: el tensionamiento entre la oferta energética y la demanda futura va a empujar, desde mi punto de vista, al alza los precios energéticos a futuro.
Esta tendencia al alza requiere que nuestra economía haga los deberes mientras tanto. En primer lugar mediante políticas de mayor eficiencia energética y de ahorro. Debemos ser capaces de crecer consumiendo la menor energía posible. Pero además necesitamos un mix energético que nos garantice el suministro, la competitividad de nuestra economía y la sostenibilidad. Este es el triple objetivo que debe cumplir nuestra política energética.
¿Por qué afirmo que a medio y largo plazo la tendencia de los precios energéticos puede ser creciente? Primero por los factores de la demanda. El consumo energético va a aumentar los próximos años. Miren ustedes este mapa nocturno del mundo. La foto es real, convenientemente mezclados los usos horarios para superponer la noche de todas las zonas en la misma foto. Destaca fuertemente la iluminación que tenemos en los países desarrollados. Europa Occidental, la mitad oriental de Estados Unidos, la costa del Pacífico y Japón somos una gran mancha de luz. África es un gran apagón. Sólo algunas zonas parecen mostrar alguna iluminación. Fíjense en América Latina: México D.F., Caracas o las zonas desarrolladas del sur de Brasil alrededor de Sao Paulo se ven con claridad. Pero la mayor parte del continente es una gran zona oscura. Fíjense, asimismo, en que la superpoblada china empieza a iluminarse de forma clara en la zona urbana de desarrollo en la costa. La India también empieza a encenderse. Y pronto le seguirán Brasil, Turquía, Sudáfrica y otros. Cada vez, año a año, el contraste de luz va a ir disminuyendo entre ellos y nosotros.
La iluminación de estas zonas oscuras para acercarse a las áreas con luz modificará los consumos energéticos en la línea de lo representado en esta gráfica. Si miramos la matriz energética mundial, vemos que el consumo previsto por la Agencia Internacional de Energía crecerá de forma importante para el año 2030. Este incremento del consumo energético alcanzará un 45% en las dos próximas décadas hasta llegar a los 17.014 Mteps, fundamentalmente debido al desarrollo de las economías emergentes de los BRIC (Brasil, Rusia, India, China…).
¿Cuáles son los factores que van a empujar del crecimiento del consumo energético? El primero de ellos, el crecimiento económico. Miren este mapa del mundo. Obsérvenlo con atención. ¿Ven ustedes algo extraño? La única diferencia con un mapa real consiste en que cada país está modificado en la escala de forma que su tamaño represente el peso real de su PIB. Así, esos países que se ven tan pequeños, pero que están experimentando un crecimiento muy superior al nuestro, van a ir acercando también su riqueza a la de los países desarrollados. Y para eso necesitan energía.
Si alguno tiene alguna duda de esta correlación entre crecimiento económico y consumo energético, esta gráfica de los últimos treinta años muestra como ambos discurren paralelamente. Afortunadamente la gráfica del consumo energético va por debajo, lo cual significa que cada vez somos más eficientes y somos capaces de crecer en PIB con menor intensidad energética. Si queremos limitar la demanda, tenemos que ser capaces de mejorar la intensidad energética en cifras cercanas al que será el crecimiento económico medio de los próximos años. La Agencia Internacional de la Energía estima que, con políticas alternativas con un firme compromiso de mejorar nuestra eficiencia y ahorro energético, podríamos conseguir mejorar la intensidad en un 2,3% anual. Así, en el mejor de los supuestos, todo lo que la economía mundial crezca por encima de esa cifra, sería incremento del consumo energético. El Fondo Monetario Internacional prevé que la incorporación de los nuevos países emergentes elevará en un 1% la tasa de crecimiento del PIB mundial respecto al promedio de los treinta últimos años, que ha sido del 3%.
Hay un segundo factor que va a tirar de la demanda energética al alza. Es el despegue de los países emergentes. El incremento de las rentas y la mejora de calidad de vida han dado lugar a los procesos de motorización y, por tanto, al acceso al coche de las clases medias de estos países. Además, aumenta la demanda de los bienes de consumo duraderos, tales como electrodomésticos, que son más intensivos en energía que otro tipo de bienes de consumo. Un proceso de este tipo no tiene precedentes en cuanto al volumen de población que se ve implicada en los mismos: dos tercios de la población mundial. Como ejemplo de ello, podemos ver en esta gráfica la previsión de incremento de vehículos por cada mil habitantes en los próximos veinte años. China crece de 18 a 65, pero ese crecimiento, dada su población, supone un aumento en aproximadamente setenta millones de vehículos, los mismos que hoy en día circulan entre Francia, España, Italia y Portugal.
Si miran este otro mapa, observarán que los países están también deformados. Cada país tiene una superficie equivalente al número de coches que tiene. ¿Pueden imaginar el crecimiento chino? Pues observen la superficie de estos cuatro países que acabo de mencionar, e imaginen que donde ahora está China dentro de dieciséis años tendremos que adherir una superficie similar, sólo para representar el incremento chino. Por tanto, más consumo energético.
El tercer factor es la población mundial. En este mapa, en el que el tamaño de cada país aparece con la escala de su población, podemos ver como gran parte de la población mundial vive en esos países emergentes. Además, esa población mundial va a crecer en los próximos años, y lo hará precisamente en los países que se están desarrollando, aumentando por tanto su consumo energético. Pero no sólo crece la población, sino que la propia pirámide de población también varía. La importancia del crecimiento poblacional en estos países reside sobre todo en el hecho de que todavía una gran parte de la población aún no ha alcanzado la edad de trabajar y, dentro de unos años, pasará a formar parte del sector productivo de la economía y del sector consumidor de la sociedad, aumentando la demanda de energía.
En este escenario de previsibles consumos energéticos crecientes, ¿qué va a pasar con la oferta? En primer lugar la oferta no se encuentra en los mismos lugares o países en los que reside la demanda. Este distanciamiento geográfico y geopolítico entre recursos y consumos será siempre un factor de tensionamiento entre la oferta y la demanda. Como una imagen vale más que mil palabras, la primera de las gráficas muestra superpuesto sobre el mapa nocturno de la tierra iluminado, es decir, sobre los consumos eléctricos, un mapa con las principales bolsas de gas natural en el mundo, que en muchos casos van acompañadas de petróleo en los mismos yacimientos. Pueden ver que en muy pocos casos se superponen. Así, la tensión entre quién tiene los recursos y quién los consume jugará siempre como factor al alza de los precios energéticos.
Siguiendo con el juego de mapas, podemos representar el peso de cada país por sus recursos petrolíferos. Podemos ver como todo occidente, China e India, los que serán los grandes consumidores los próximos años, ocupan todos juntos un área inferior al de cualquiera de los países productores individualmente. Visto desde el lado de los recursos, el mapa del mundo cambia notablemente.
Por tanto, tendremos previsiblemente por delante dos o tres décadas con demandas energéticas crecientes y con una potencialidad geopolítica de tensionamiento en la disputa por los recursos.
La primera tarea en el ámbito energético en el mundo consiste en reducir la demanda con políticas públicas que apuesten por la regulación y la investigación tecnológica para mejorar la eficiencia y la financiación.
La regulación hace disminuir los consumos, y es a su vez un gran motor de la innovación y el desarrollo tecnológico. La regulación es necesaria para definir estándares de eficiencia energética en la demanda final de productos, como son electrodomésticos, edificaciones o iluminación. Valga como ejemplo el caso californiano. A primeros de los 70 un frigorífico consumía del orden de 1.300 kwh al año. California fue pionera e implantó una normativa que obligaba a los fabricantes a mejorar la eficiencia energética. Hoy es el día en el que un frigorífico de mejores prestaciones consume entre 250 y 400 kwh al año, la cuarta parte que hace 40 años. La regulación ha obligado a los fabricantes de frigoríficos a investigar en algo que posiblemente los consumidores no demandaban, pero que ha repercutido notablemente en ellos.
La financiación a proyectos de ahorro energético debe ser también un incentivo. En los últimos tiempos hay empresas que han dejado aparcadas inversiones en eficiencia energética con una rentabilidad razonable, debido a la escasez de recursos financieros. Una financiación añadida a las inversiones en eficiencia energética puede hacer más que muchos discursos para conseguir que el 20% de ahorro sea posible en 2020, como los objetivos europeos lo establecen. Hay que promover y potenciar políticas eficientes en esta materia como las que llevan a cabo el IDAE en el conjunto del Estado o el EVE en Euskadi.
El ahorro y la eficiencia energética deben también contar con el apoyo de unas políticas claras que impulsen la ciencia y la tecnología para ser más eficientes. Esto puede conseguirse en la producción eléctrica con eficiencias mayores y en el transporte a través de la mejora de la conversión energética en los vehículos, mediante motores avanzados y materiales ligeros. Podemos mirarnos en el espejo de los norteamericanos, donde a la apuesta tecnológica le han puesto nombre y apellido con el nombramiento de un científico como Steven Chu como Secretario de Estado de Energía, con el objetivo de lanzar una gran movilización a favor de la transformación energética que asegure la garantía de suministro, la diversificación de fuentes y la sostenibilidad.
Por tanto, demanda creciente, que deberá ser limitada al máximo con una política intensiva en eficiencia energética, y una demanda que deberá ser cubierta a través de un mix con tres componentes:
? Energía fósil
? Energía nuclear
? Energía renovable
La adecuada combinación de las tres es la que nos deberá permitir, con un modelo sostenible, tener una energía a un precio competitivo y suficientemente diversificado para garantizar el suministro.
De hecho, si observamos la previsión del World Energy Outlook 2008 elaborada por la Agencia Internacional de la Energía, se aprecia la necesidad de contar con los tres tipos de fuentes durante los próximos veinte años. Las renovables subirán su participación hasta el 14%, la nuclear aumentará, aunque en porcentaje baje al 5%, el carbón subirá tres puntos hasta el 29%, el petróleo bajará en porcentaje al 30% y el gas natural subirá del 21 al 22%. Es decir, pese al esfuerzo de promover la eficiencia energética y la energía renovable desde las economías desarrolladas, absolutamente necesario, el petróleo y el gas mantendrán una cuota conjunta superior al 50% en 2030.
Todo esto requiere, en primer lugar, una visión a largo plazo que escape de la inmediatez y permita garantizar el futuro energético a través de apuestas y políticas continuadas, con una importante componente científica y tecnológica. Y, en segundo lugar, definir un nosotros en materia energética: aquí no estamos los pro-fósiles, los pro-nucleares y los ecologistas renovables. Estamos unos seres humanos que deseamos mejorar la calidad de vida y el bienestar de muchos países que aspiran legítimamente a grados de desarrollo como el nuestro, que para ello necesitamos consumo energético, y que queremos además alcanzar ese bienestar con una sostenibilidad razonable. Este es la visión compartida, el nosotros energético por el que debemos trabajar. Por tanto, desde el ámbito político, desde el social y el empresarial, debemos liderar un modelo energético compartido por la sociedad y con acciones sostenidas en el tiempo. Y ser capaces de llevarlas adelante contra viento y marea.
Cada tipo de oferta o recurso energético tiene sus retos para los próximos tiempos. Respecto a los combustibles fósiles, una primera reflexión sobre el petróleo. Hay petróleo para muchos años. Recordarán ustedes, por lo menos los más mayores, al jeque saudí Yamani, uno de los miembros más relevantes de la OPEP en los tiempos de la primera crisis del petróleo, cuando dijo aquello de que “la edad de piedra no acabó porque se agotaron las piedras, y la edad del petróleo no terminará porque el petróleo se agote”. Thomas Friedman, en su último libro titulado Hot, flat and crowded ha recobrado esta reflexión, para subrayar que es el cambio tecnológico el que desplaza a una fuentes energéticas y promociona a otras haciéndolas más competitivas en precio.
Sin embargo, los petróleos líquidos, ligeros, convencionales, están sufriendo un retroceso desde hace quince años. Su consumo es superior a las nuevas reservas descubiertas. El reto de la oferta pasa necesariamente por responder a las necesidades acumuladas de producción, derivadas de dos factores: el incremento anual de la demanda previsto, y el declino previsto en aquellos yacimientos petrolíferos más maduros. El elevado precio del barril del petróleo de estos últimos años y la evolución tecnológica están llevando a nuevas alternativas de yacimientos petrolíferos que hace unos años y en un escenario de precios bajos podían ser inimaginables.
La primera de ellas es el crudo offshore en aguas profundas, que ha aumentado significativamente a lo largo de las dos últimas décadas. La segunda alternativa es la de las arenas bituminosas, con elevada presencia en Canadá. Canadá, si contamos este recurso, pasaría a una posición en el ranking de reservas por delante de Irán y cercano al de Arabia Saudita. Las arenas bituminosas no son más que una combinación de arcilla, arena, agua y bitumen, siendo el bitumen una forma semisólida del petróleo que no fluye a temperaturas y presiones normales, por lo que su extracción es cara y tecnológicamente compleja.
Estos crudos son en muchos casos más viscosos, más ácidos o menos nobles. Esto plantea una complejidad tecnológica al refino: son necesarias instalaciones más complejas para resolver el problema de que unos crudos cada vez menos nobles produzcan combustibles cada vez más limpios y nobles que den respuesta a una demanda social y medioambiental que así lo exige. Y además del esfuerzo inversor, se necesita coraje social para defender estas inversiones y nuevas instalaciones frente a movimientos que en nombre del medio ambiente se oponen en ocasiones a estas evidentes mejoras medioambientales. Las ventajas son indudables, también geopolíticas: estos nuevos crudos se encuentran, en términos generales, en áreas políticas más estables que las de aquellos productores clásicos de petróleo.
El gas natural tendrá un notable crecimiento los próximos años. Además, la extensión del gas es lo que está permitiendo el desarrollo de la energía renovable. Sin los ciclos combinados de gas, la energía eólica y la renovable en general no hubiese podido desarrollarse en España. Mientras no se resuelva el problema del almacenamiento de las renovables, cada nuevo megavatio requerirá una reserva de potencia alimentada por gas, con la flexibilidad suficiente para encenderse cuando el anticiclón de las Azores paralice el viento sobre la península.
Pero el desarrollo futuro de las energías de origen fósil –me refiero al carbón, al petróleo y al gas natural– va a exigir un esfuerzo tecnológico desde la perspectiva medioambiental. Deberemos compatibilizar el desarrollo de estas fuentes con los requerimientos medioambientales que en este escenario de demanda energética creciente sean exigibles para evitar el aumento de la concentración en la atmósfera de CO2. Sin un desarrollo adecuado de las fuentes fósiles, vamos a tener un grave problema de un mix energético, sin capacidad para responder a la garantía de suministro y, además, no suficientemente competitivo. Pero si no damos pasos para mitigar el problema del CO2, nos encontraremos con una sociedad que legítimamente exige la sostenibilidad medioambiental del modelo energético, como la Conferencia de Copenhagen de diciembre de este año previsiblemente impulsará.
Esta ecuación debe resolverse con un esfuerzo público y privado elevado para promover la investigación en las tecnologías vinculadas a la captura y almacenamiento del carbono. El espejismo de unos precios bajos del CO2 por tonelada puede desincentivar la inversión en estas tecnologías. Por eso es necesario un fuerte compromiso institucional para abordar este problema desde dos puntos de vista: un marco regulatorio claro para el almacenamiento de CO2 que incentive la inversión en este campo, y una apuesta sin complejos por el apoyo al desarrollo tecnológico de las tecnologías de captura y/o almacenamiento de CO2.
La garantía de suministro y la competitividad de la economía requieren al día de hoy la inclusión de las fuentes fósiles en un porcentaje significativo del mix energético, pero la sostenibilidad exige un esfuerzo en desarrollar las tecnologías de captura y almacenamiento del CO2. Hoy en día esta captura y almacenamiento son caros, pero hay estudios que indican que si invertimos lo suficiente en tecnología, podremos en menos de dos décadas ser capaces de capturar y almacenar CO2 a precios competitivos, evitando los lastres medioambientales que origina la combustión de fósiles. Quiero subrayar que el compromiso tecnológico del grupo que represento es firme en esta materia.
El segundo pilar de la oferta energética que nuestro modelo requiere es la nuclear. Sé que es un tema vidrioso, especialmente en estos días. Sin embargo, la honestidad intelectual me impide pasar por alto la reflexión sobre una fuente de generación eléctrica que es hoy una alternativa real de suministro: la energía nuclear. Y sería menos entendible cuando países como Suecia y Finlandia, que se encuentran entre aquellos con mejores indicadores de respeto al medioambiente en el mundo, producen un porcentaje notable de su electricidad con centrales nucleares. Y a ello se suma, en el caso finlandés, la arriesgada decisión de abrir un debate a partir del año 2004, cuando nadie había tenido el coraje de hacerlo en Europa en más de una década.
Creo que el debate nuclear debe ser abordado con serenidad, honestidad intelectual y transparencia. Siendo consciente de que hoy en día en el mundo occidental es muy difícil encontrar un emplazamiento o una comunidad dispuesta a acoger una nueva infraestructura nuclear. No soy tan ingenuo como para no verlo. Pero teniendo también en cuenta que muchas de las 430 centrales nucleares exis