En una ocasión preguntaron a Jeff Immelt, presidente de General Electric, sobre el modelo energético que él deseaba. “Yo sólo quiero -comentó- que el presidente de los Estados Unidos nos reúna a todo el sector en una sala para explicarnos el modelo energético para los próximos quince años; a continuación todos tendremos un mes para criticarle duramente su modelo, pero después de ese mes, todos a trabajar”. Esa ingeniosa respuesta incluye las dos claves que un modelo energético debe tener. La primera, estabilidad en el tiempo, para que las empresas sepan en qué invertir o en qué áreas innovar, sabiendo que podrán recuperar su inversión. La segunda, un amplio consenso político y social. Sólo aquello que se convierte en política compartida y socialmente asumida puede durar quince años más allá de los avatares pol&am
Un modelo energético debe responder también a las necesidades sociales y económicas. Hace unos años un corte de luz se podía prolongar varias horas y no pasaba nada. Hoy, nuestra sociedad no soporta que porque haya nevado una comarca se quede dos días sin electricidad. Por tanto, necesitamos redes eléctricas e infraestructuras que deberán ser retribuidas para que alguien quiera construirlas. Además, esos tendidos eléctricos deberán pasar por algún lugar, cosa evidente que a veces se le olvida a mucha gente. A su vez, nuestra sociedad tampoco admite, afortunadamente, que en un día de calor en verano, en el que muchas instalaciones de aire acondicionado se encienden, nos quedemos sin electricidad por falta de producción. Por ello es necesario que existan centrales eléctricas de generación con la capacidad de abastecer esa demanda, sea un día ventoso, soleado o haya llovido los meses anteriores. En definitiva, nuestra sociedad fundamentalmente exige a un modelo energético garantía de suministro.
La energía es un coste fundamental para muchas empresas. Hace dos años tuve la oportunidad de reunirme con el responsable de la política de competitividad de Arabia Saudita. Me comentó sus planes para desarrollar en su país un tejido industrial altamente consumidor de energía, convencido de que en los países occidentales no podríamos mantener determinadas industrias por nuestros costes. Nuestro país tiene acerías, forjas, fundiciones, tratamientos térmicos, estampaciones de chapa… El precio de la energía es clave para que esas empresas se desarrollen y puedan mantener o incluso crear empleo. Si no, perderemos una parte importante de nuestro tejido industrial. Por tanto, lo segundo que hay que exigirle a un modelo energético es que nos facilite energía competitiva.
Hoy hay evidencias científicas que apuntan a que la acción humana puede estar provocando un aumento de emisiones de gases de efecto invernadero, y hay suficientes indicios para pensar que puedan afectar al clima futuro de nuestro planeta. Ello hace necesario que, como mínimo, “compremos un seguro” sobre nuestro futuro en forma de control de emisiones, o técnicas de captura y almacenamiento de las mismas, que impida que la concentración de esos gases aumente en los próximos años. En definitiva, necesitamos un modelo energético con garantía de suministro y competitivo pero que, a su vez, asegure que la generación de nuestras hijas e hijos tenga también un modelo de desarrollo económico y social como el nuestro, sin dejarles herencias indeseables. En definitiva, un modelo energético debe ser sostenible.
Sólo los modelos que garanticen el suministro, nos den energía competitiva y sean medioambientalmente sostenibles son válidos. Además, deben de mantenerse a largo plazo, para que haya empresas que inviertan en infraestructuras y tecnología con una expectativa de recuperar la inversión. No podemos tampoco olvidar que hoy una de cada cuatro personas en el mundo no tiene electricidad en su casa y, mientras los europeos tenemos cincuenta coches cada cien habitantes, los chinos sólo tienen dos. Es razonable pensar que los africanos e hindúes aspiren a tener luz y frigorífico en su casa, y que los chinos, sin llegar a nuestras cifras, aspiren a aumentar su parque automovilístico. El modelo energético tiene por tanto que ser capaz de responder al aumento de la demanda que se va a producir en el mundo en los próximos veinte años.
A partir de aquí debatamos sobre el petróleo, el gas, la nuclear y las renovables. Sin demagogias, pero dando respuesta tanto a las tres exigencias que la sociedad demanda como al aumento futuro del consumo mundial, Quizá lleguemos a la conclusión de que las necesitamos a todas. Y si tratásemos de resolver los problemas que cada una de ellas tiene (las emisiones de las energías fósiles, los residuos en el caso de la nuclear, los costes y la dificultad de almacenamiento de las renovables), posiblemente tendríamos la solución. No es sencilla, pero sólo hay tres recetas para alcanzarla: tecnología, tecnología y más tecnología. Y, por qué no, puestos a pedir: un debate sereno y un poco de consenso.
Josu Jon Imaz
Presidente ejecutivo de Petronor