Ciervo volante, el Goliat de los coleópteros

Los bosques circundantes a la refinería de Petronor dan cobijo a uno de los más hermosos y mayores coleópteros europeos, el ciervo volante, cuyos machos están dotados de unos apéndices mandibulares que nos evocan las fuertes cornamentas de los venados, de ahí su nombre.




Este escarabajo, toda una reliquia biológica en franco retroceso, pertenece a una familia, la de los escarabeidos, con más de 1.100 especies conocidas, propias en su mayoría de la India y del sudeste asiático, aunque en Europa viven siete especies y en el País Vasco solo habitan cuatro.

En mitad de la espesura, oculto entre las hojas de los robles y de las encinas, este corpulento insecto arranca las cortezas de las ramas para nutrirse con la jugosa savia, mientras emite sonoros chasquidos. El ciervo volante es el mayor coleóptero que habita en nuestros bosques. Aunque los machos llegan a medir hasta 8 centímetros de longitud, incluidas sus espectaculares mandíbulas, a menudo se encuentran ejemplares pigmeos bastante más pequeños y de cornamenta menos pronunciada. En este caso se trata de individuos que han nacido de larvas que padecieron una deficiencia alimenticia importante durante los cuatro largos años que estuvieron en el interior de los troncos en estado lavario. Las hembras, pequeñas en relación con los machos, están desprovistas de cuernos, tan sólo poseen una pequeña mandíbula de pocos milímetros y no suelen superar los cuatro centímetros.

En los atardeceres de verano los machos revolotean en posición erecta y emitiendo un intenso zumbido entre las hojas de las copas de los árboles. Las hembras, mientras tanto, suelen permanecer escondidas, hasta que llegado e crepúsculo ambos sexos suben por los troncos que rezuman sabia y se diputan sus sabrosos jugos.

Cuando son dos machos los que compiten por el alimento, sus combates, que van acompañados siempre de sonoros e impresionantes movimientos de las mandíbulas, resultan más espectaculares que sangrientos, pues ninguno de los contendientes suele utilizar su vistoso armamento con la fuerza suficiente como para llegar a matar. Por lo general, todo termina cuando uno de los insectos cae al pie del árbol y el vencedor se considera satisfecho de quedarse con el tronco en exclusiva.

En cambio, cuando dos machos se enfrentan por las hembras los duelos se convierten en luchas tan cruentas que, a menudo, los contendientes se hieren gravemente y hasta se seccionan los élitros, la cabeza o las mandíbulas. Ninguno de los dos adversarios se lo piensa dos veces antes de iniciar una pelea, así que, tras enlazar sus cuernos, comienzan a empujarse. En poco más de unos minutos de fragor belicoso, la pelea se decanta por uno de los dos contendientes. El vencedor, el más fuerte, acude entonces orgulloso junto a la hembra, se encarama a su espalda, se aferra fuertemente a ella con las patas y se aparea.

Observaciones realizadas por entomólogos han desvelado que estos insectos pueden permanecer en esta posición durante varios días, en ocasiones sin ni siquiera moverse de la rama en donde iniciaron el cortejo.

Troncos muertos

Tras finalizar la cópula, ambos insectos se separan para continuar su vida en solitario. La hembra, cargada de huevos ya fecundados, busca viejos árboles de gruesa corteza en descomposición para ir depositando las futuras larvas por separado, una a una, aprovechando las grietas naturales de las cortezas. Estos huevos, que alcanzan un diámetro aproximado de dos milímetros, se desarrollan lentamente y durante los tres a cinco años que dura el proceso larvario se alimentan de la madera semidescompuesta allí existente.

La actividad predadora de estos enormes gusanos en el interior de los troncos no ocasiona daño alguno al árbol, ya que se limitan a escoger los tejidos vegetales muertos. Por este motivo, en los bosques modernos carentes de viejos árboles, fruto de las repoblaciones, los ciervos volantes no pueden vivir.

CURIOSIDADES

ciervovolante2Su forma es semejante a la de una oruga desnuda de color blanco-amarillento en la que destacan unas fuertes mandíbulas negruzcas. Cuando finaliza su fase de larva y antes de preparar un resistente y enorme capullo en el mismo tronco o entre sus raíces para transformarse en ninfa, miden diez centímetros. Aún tardará la ninfa otro año más en transformarse en insecto alado adulto.